Literatura de bajo presupuesto

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... (o un bidón de quince litros)

... A principios del año 2008, en Barcelona, con un puñado de amigos —y amigas, que estamos en siglo XXI— comenzamos a juntarnos en algún bar o en la playa para charlar sobre literatura y compartir nuestros textos. La empresa era colosal y maravillosa, porque no pretendía abrir puertas a la visibilidad ni servir de escalerita a esa fama de medio pelo a la que aspiran hoy los escritores, sino, apenas, disfrutar. Por entonces yo siempre estaba metido en algún proyecto novelístico y pensé que, de cara a la lectura en estas tertulias, resultaría provechoso ensayar algún tipo de brevedad. Así fue como escribí mi primer microrrelato, «Teología», que es, en rigor, una adaptación de las líneas que abren Burocracia, mi segunda novela.
... Pronto descubrí que la microficción era más que un juego: era una manera de afinar la puntería, de cincelar con palabras, de sugerir historias y, también, de reflexionar sobre la dimensión poética y el «fuera de campo» de la narrativa. Y comprendí que conocer el género del microrrelato a fondo es un excelente camino para pensar mejor la novela.
... También descubrí que el microrrelato encuentra en el blog una muy buena forma de difusión. A partir de entonces, y durante más de tres años, escribí periódicamente microficciones que colgué en Brevedades de una Morsa a la Deriva. También, en esos años, leí mucho sobre el género y dicté varios cursos de microrrelato en distintos centros culturales de Barcelona. Podría decir que desde el principio entendí que este es un género grande.
... Ya iniciado el 2012 empecé a considerar la posibilidad de ponerle punto final al blog. Los textos de la Morsa a la Deriva representan un recorrido: no todos tienen la misma calidad, pero siempre pensé al blog más como un cuaderno de apuntes abierto a los lectores que como una selección de obras acabadas. Como todo cuaderno de apuntes, me parecía que su mejor epígolo sería la obra que propone. Por eso seleccioné los microrrelatos que por distintos motivos más me representan —o que considero a la altura de conformar un pequeño volumen de microcuentos—. Este libro, como no podía ser de otra manera, se tenía que llamar Literatura de bajo presupuesto. Y aquí lo tienen: pueden descargarlo y transitarlo en cualquier dispositivo móvil, imprimirlo o leerlo en línea. Cada microrrelato que colgué en el blog fue como una botellita que arrojé al mar de la web. Entonces podría entenderse este libro como un bidón que esta Morsa a la Deriva abandona a las aguas digitales. 







El volantazo

(o la fuerza de los culos)

Cualquiera pensaría que este día es uno más, en que me levanto a las siete y me ducho rápido para dejarle el baño a mi mujer y justo antes de despertar a los chicos me tropiezo con el tractorcito rojo o por ahí con el casco o la patineta. Un día como los otros: llevar los chicos a la escuela y después la oficina y buenos días, en qué le puedo ayudar y asentir cada vez que el director dice algo, ese gesto chiquito pero rotundo que a él le gusta tanto.
Sin embargo, hoy es un día distinto. A partir de hoy depende de mí seguir con esta vida de tropezarme desde temprano con el rastro de mis hijos y después esos sorbos apurados al mate un poco frío porque no hay tiempo, nunca hay tiempo. Hoy, con el mismo tono con el que siempre digo «sí, señor, claro, estoy en eso», puedo mandar a mi jefe a la recalcada concha de su puta madre, por ejemplo.
O podría irme. Dejar todo y volar, así de fácil. De mí depende darle que te darle hasta las siete con los clientes y después hacer tiempo hasta las nueve, que empieza el programa de los culos y los chistes. Ni siquiera tendría que irme lejos… ¿Quién te va a encontrar en Buenos Aires, entre catorce millones de infelices y algún que otro tipo más? Depende de mí, y sólo de mí, masticar en silencio la tapa de cuadril, que va a estar dura porque siempre está dura, mientras finjo que no me ocupan tanto los culos como los chistes, y de ahí a la cama, a contar culos. No: hoy no es un día más. Hoy depende de mí dar el volantazo, buscar otro camino.
O seguir con este, claro. 

Depresiones y recalentamientos


Asfixiado por la severa recesión sexual que atraviesa, el economista decide implantar una abrupta bajada de los tipos de interés. La medida, sin lugar a dudas, reactivará su vida amatoria. Aunque el peligro de un recalentamiento se cierne, poniendo en crisis la sustentabilidad del recurso: el economista intuye el nacimiento de una burbuja que, al estallar, enchastrará su día a día, hundiéndolo en una gravísima depresión. Sin embargo, reactivar su vida sexual se presenta como prioritario, y prefiere evitar las especulaciones a mediano plazo. Ya habrá tiempo para llevar adelante los ajustes que correspondan cuando el escenario se vuelva insostenible.

2984

.....Hace siglos –como podemos leer en los libros–, la literatura era trabajo de artesanos y, a veces, de eruditos. Ahora se volvió una labor de empecinados con buena fortuna.
.....Desde que cada texto es pasado por la máquina, la originalidad es el único valor indiscutible. Se ha escrito tanto, que sólo la máquina puede encontrar plagios. Nosotros escribimos obsesionados en gambetear repeticiones, y descubrir huecos se vuelve cada vez más complicado.
.....No falta quien afirma que todo ha sido escrito. El devenir del lenguaje es lento y deberíamos apurarlo, proponen los partidarios del progreso; deberíamos inventar alfabetos y conceptos para escapar del encierro. Pero cada tanto la máquina certifica alguna novedad, y eso nos renueva los ánimos. Nosotros seguimos desparramando palabras, a veces forzando errores o incoherencias, como si de esa manera pudiéramos burlarla.
.....Pero los críticos han trabajado duro, y la máquina ya no sólo detecta copias literales, sino también similitudes o influencias desmedidas.
.....Es paradójico: hasta ahora, nadie se había atrevido a escribir sobre la máquina. Eso, pensaría el autor inocente, asegura una veta fértil. Sin embargo, esta tarde, el informe que dio sobre este texto resultó lapidario: ya había sido escrito, en algún barrio rioplatense, hace más de mil años.

Vejez


     Nunca se creyó inmortal, pero hubo un tiempo en que sabía que no moriría hoy.

El relojero manco


     El escritor mina el microrrelato con alguna poesía chiquita y por ahí sutil. En la tertulia, lee su texto y espera. Pero la poesía no estalla.
     La narración es un mecanismo de relojería, dice siempre que encuentra la oportunidad. Y esa noche piensa que deberá ajustar algún tornillo.
     Por la madrugada, un estruendo revienta en su estudio. El narrador –ahora manco– se ha vuelto poeta.

Un silencio largo y sostenido


     Mientras él termina de levantar la mesa, ella prepara café. Él mira su pelo atado bien tirante y un mechón que se le escapa sobre la cara y no siente nada. Mira también la gotita de sudor que le baja desde la sien y la forma en que se la seca con la manga de la camiseta, pero no siente nada.
    Hace días –tantos días– que no siente nada.
    Es algo en lo que prefiere no pensar. Aunque a veces, aún sin quererlo, lo hace. Entonces debe reconocer que no siente nada. Se pregunta si alguna vez la quiso. Cree que sí. De hecho, está bastante seguro. Se pregunta cuándo la dejó de querer.
     Eso es más difícil, porque tampoco diría que la haya dejado de querer.
     Simplemente, cuando la ve, no siente nada.
     Él pasa un trapo a la mesa y ella sirve el café. Se sientan frente a frente, se miran en silencio. Un silencio largo y sostenido. A él le gustan sus ojos rasgados y sus labios gruesos. Le gustan un poco menos sus cejas despobladas, pero también le gustan. Toma un sorbo de café. Está bueno: cortado con un chorrito de leche fría, como él lo prefiere.
      Pero no siente nada.
     Ella lo invita al cine. Podemos dejar a los chicos en casa de mamá, dice. Vamos al cine y después a cenar algo, por ahí al italiano de la vuelta o a la parrillita de San Juan.
     Y él responde que le parece bien.

Literatura cuántica


Algunos escritores –para ser tenidos en cuenta– siempre que pueden, cuentan cuánto escriben. Otros –desesperados por contar– escriben, siempre, cuanto pueden.

El milagro de la muerte

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Ver morir a mis hermanos dolió, pero enterrar a mis hijos y nietos resultó inverosímil. Al final me acostumbré a ser un bicho anacrónico; aunque trescientos años de inmortalidad pesan como una lápida. La gente envidia mi salud, mi pasado, mi futuro inobjetable. Yo le envidio el apuro de su día a día, esa sentencia con la que casi todos nacen. O así era antes, cuando no intuía que mi destino repite el de tantos: que vaya a saber cuándo, yo también he muerto. O que la única muerte es la de los otros.

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Tiempo

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      ¿Por qué el tiempo es tan injusto? Cada jornada de trabajo parece una condena, una cena con amigos se me escurre entre los dedos. Me hartó la fugacidad de los fines de semana en la playa y el lento, agobiante transcurrir de las colas en el supermercado.
      Conseguir la escopeta, apuntar a mi cara y gatillar con el dedo del pie no fue difícil. El estruendo resultó menos espectacular que en las películas. Pero los perdigones, avanzando cada vez más despacio hacia mi rostro, me desesperan.
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Formas que no dicen nada

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         En el baño de la casa de un amigo, la vi. Hubiera sido mejor encontrarla en un tren que atravesará la Patagonia o en algún café de ventanas enormes en Buenos Aires o en los suburbios de París. Pero no, fue en aquel baño: yo en una posición tan poco literaria, ella entre lejana y esquiva. De inmediato me llamaron la atención su pómulo marcado y sus ojos un poco juntos. También el mechón que le caía sobre la frente, arremolinándose sobre su oreja izquierda. Me conmovió ese mechón, porque su punto desprolijo la llenaba de vida. No se parecía a ninguna de las anteriores con las que había pasado el rato –tantos ratos– consciente desde el principio de que encarnaban un edulcorante para la rutina. No, ella estaba ahí, provocativa, tal vez un poco orgullosa. Y mi fascinación no nacía apenas en su mechón arremolinado, ni en sus ojos grandes ni en su pómulo firme ni en su mirada que sembraba el cimbronazo de su risa. (Porque mantenía los labios presionados como con bronca, aunque por los ojos se le escapaba, casi a chorros, la posibilidad de su risa sísmica). No: ella era mucho más que sus rasgos diabólicos. El cuello largo, elegante prometía una figura estilizada, aunque se diluía rápido y después venían los garabatos irreconocibles. Y yo sentado, una posición tan indecorosa, sin quitarle la vista de encima, sin conocer siquiera su nombre. Sabía que no la vería más, que se perdería como se habían perdido las anteriores en ese mundo de formas que no dicen nada. Entonces pensé en memorizar cada una de sus líneas, su pómulo recio, el pelo tormentoso y el cuello larguísimo y también esa marca en su frente que destrozaba, sutil, la perfección de su rostro y la hacía todavía más mujer. Como si de esa manera pudiera encontrar un atajo hacia la eternidad de la evocación. Pero no: la resistencia de la memoria es tan frágil; el pasado primero se distorsiona y después se evapora y ella se iría de mi recuerdo como de mi vida: sólo quedaría una sensación áspera, una angustia tenue y constante que se clavaría acá, en mi costado cada vez que me diera vuelta en la cama. Nuestro momento era ese. Porque mi amigo tarde o temprano golpearía la puerta y preguntaría Santiago, estás bien, y agregaría algún chiste barato de esos que tan bien les salen a los amigos, incluso alguna onomatopeya, y arreciaría la vergüenza por saberla al tanto de mi mundo de amigos guarangos. Aunque casi seguro se haría la distraída, continuaría ignorándome mientras yo lucharía inútilmente por recordarla, porque por ahí yo no volvería a ese baño, o peor: no volvería a distinguirla en el cuarto azulejo contando desde abajo, rodeada de manchas absurdas, innecesarias, ocres.
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Negaciación

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(O, como decía mi abuela, dos no discuten si uno no quiere).

–En nuestra calidad de representantes sindicales hemos convocado a esta mesa de diálogo para reclamar un incremento salarial. Dado el aumento que la canasta básica ha acumulado durante el último año, que ha llevado a los empleados de la empresa a situarse por debajo de la línea de indigencia, consideramos imprescindible articular un acuerdo marco para recomponer el ingreso de los compañeros de manera que su trabajo les garantice satisfacer al menos sus necesidades básicas.
–Pues no estamos de acuerdo.
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Falso techo

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  Apenas abrí la ducha escuché el golpe contra el falso techo de chapa y algo así como un gemido. En un acto reflejo cerré la canilla; el gemido se fue apagando de a poco.
Durante un instante me quedé quieta, desnuda, observando en derredor, como si de esa manera pudiera prevenir una tragedia doméstica. El chorrito diluyéndose por el desagote rompía el silencio, hasta que dejó paso a algún que otro rumor de la calle.
Estaba cansada, necesitaba darme un baño caliente, acostarme de una vez. El día había sido larguísimo y gris. Desnuda, con la mano todavía en la canilla, indecisa y harta, me preguntaba cuál sería el origen de esos sonidos.
Volví a abrir el agua, y otra vez retumbó el golpe; también el chirrido.
Cerré la canilla.
Algo animal en ese chirrido me angustiaba; su fondo metálico y pegajoso, lejos de atemperar el miedo, lo volvía aún más inquietante.
Me acerqué al rincón de donde había provenido. Pensé en ratas. No sé por qué, pero pensé en ratas. (Odio las ratas). Con una escoba, todavía temblando, le di varios toques al falso techo.
Nada.
Se me ocurrió llamar a Eduardo, pero era tardísimo. Aparte, en el mejor de los casos se me reiría en la cara. No soporto su risa autosuficiente, la simpatía con que desprecia mis miedos.
Intenté actuar como actuaría él, pensar como pensaría él. Volví hasta la bañera, abrí y cerré la canilla. Se repitió el golpe igual de violento que antes; también el chillido.
Respiré profundó, busqué respuestas. (Eduardo siempre busca respuestas).
De pronto recordé que el falso techo ocultaba un termotanque eléctrico que unos caños flexibles conectaban con la ducha. Comprendí que al pasar el agua por el flexible lo tensaba: esa tensión repentina descargaba el golpe. Lo del chillido no supe de dónde vendría, pero imaginé algún motivo relacionado con la presión del agua o el cambio de temperatura.
Al fin y al cabo, yo de estas cosas no entiendo.
Todavía me sentía intranquila, pero el baño se me antojaba imprescindible. Cuando abrí la canilla por cuarta vez, sonó de nuevo el flexible, volvió a chillar el caño. Me esforcé por ignorarlo mientras entraba en la ducha. Cerré la cortina y dejé que el agua tibia recorriera mi cuerpo.
La caricia merecida borró el miedo o la ansiedad. Al sentir el segundo golpe y el tercero me reí, mientras imaginaba la cara de Eduardo cuando le contase la historia.
Entonces un olor dulce tiño el vapor, y después volvió el gemido, pero esta vez agónico. El golpe se transformó en un repiqueteo tenaz o desesperado.
Apenas abrí las cortinas vi como caía la sangre por las rendijas del falso techo empapando la pared, la pileta, el suelo.
Esta vez, cerrar la canilla resultó inútil: el gemido, ahora bestial, continuó taladrándome los oídos. 
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El accidente

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A Dios se le cayó un milagro. Y en aquel pueblo devoto llovió mierda y se evaporó una iglesia. Son cosas que le pueden pasar a cualquier dios, piensa Dios. Pero en aquel pueblo devoto, los fieles se resisten a asociar la lluvia de mierda o la iglesia evaporada con un accidente divino. Ni siquiera con alguna posible ira de Dios. Lo de la iglesia vaya y pase, pero lo de la mierda… Barrer el mundo con una tormenta fulminante o cargarse alguna que otra ciudad por su vida disipada es una cosa, sin embargo ¿cómo puede un hombre educado en la Palabra interpretar lo de la mierda? .
Desde que se produjo el desconcertante fenómeno, en aquel pueblo ha aparecido un puñado de mentes racionales dispuestas a explicarlo. Los creyentes confían en que pronto les confirmarán que Dios no ha tenido nada que ver en el incidente; ellos demandan una respuesta relacionada con el calentamiento global o la corriente de El Niño.
Por ahora, ante la duda, atraviesan una crisis de fe.

Bronca

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Su destino de asfalto gris se le acercaba irremediable. Hasta hacía tan poco deseaba que el suelo pusiera fin a sus penas, pero ahora, justo a la altura del quinto piso, se le dio por evocar el sol púrpura de los amaneceres frente al mar, el sabor del café con leche en las mañanas de invierno y el de la cerveza helada en los atardeceres tórridos de enero. A la altura del segundo piso se le aparecieron primero las piernas de su vecina y después –un poquito más atrás, pero también vigorosa– la risa de su sobrino. Entonces fijó, de nuevo, su atención en el asfalto, que lo embestía orgulloso y firme. Y se quiso morir.
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Intrusos

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     Esa tarde sintió algo extraño al verla. Como si no fuera ella. Sin embargo se movía por la casa con tanta naturalidad, lo miraba con una ternura que a él le parecía tan difícil impostar, que optó por el silencio. La vigilaría de cerca, le haría creer que lo había engañado. Simularía una convivencia sin sospecha.
     Han pasado ya tantos años desde aquella tarde. Ahora él sabe que no es su esposa. Hay detalles que a un hombre despierto no lo toman desprevenido: la tos seca a la mañana temprano, las cosquillas en el costado izquierdo –un poquito abajo del pecho–, la pasión por el chocolate amargo. Y la forma de mirar: con esa complicidad lejana, como si a ella también le hubieran cambiado el marido, como si pudiera entenderlo, como si le doliera esa distancia leve aunque infranqueable que desde hace años los separa.
     En el fondo, él siente pena por ella. Le atormenta creer que ha irrumpido en su vida para ocupar el lugar de otro. Hace años que, a causa de esta sensación, le cuesta conciliar el sueño.
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Talentos

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En una oficina de la cuarta planta del Pentágono, un burócrata doctorado en filosofía de la historia recibe un memorando: debe proponer estrategias para que el imperio mantenga el dominio global. Aceptó el puesto porque representaba un salario seguro, y nunca recibe más de uno o dos encargos al año. Suele dedicarle poco esfuerzo a sus informes: él no comulga con la ideología imperialista, apenas si está ahí a cambio de un sueldo que le permita avanzar en sus proyectos. Dedica tardes completas a su ensayo sobre las formas de dominación en el siglo XXI; también a devorar lecturas pendientes.
Ahora, mientras suspira resignado, busca entre sus libros aquel artículo que un filósofo francés escribió hace ya treinta años, en el que vaticinaba el modo en que el imperio dominaría el mundo en el próximo siglo.
–Al fin y al cabo –piensa el burócrata–, yo no pondré mi talento al servicio de estos cerdos.
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Descargo del Diablo

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–Me culpan porque es lo más fácil. Nunca entendieron nada. Ando por ahí tentando a los hombres, sí: pero para darles la posibilidad de que reafirmen sus convicciones, con el íntimo deseo de que me digan “no”. Los tiento bien, claro, porque es mi trabajo y lo cumplo con esmero. Pero cada vez que alguien se tuerce, en la intimidad, lloro. Y Él, que los soñó débiles y hasta miserables, quejándose de que son débiles y hasta miserables. Quejándose de que no se esfuerzan por ser lo que no son.
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Los dos lados

.Habitaba un duermevela mientras las cosquillas dibujaban firuletes sobre mi vientre. Pensé en abrir los ojos para reconocerla cercana y pícara, pero el otro lado me amarraba. Sin resistencia me zambullí en ese mundo donde ella era todavía más ella, porque también era otras. Las cosquillas, allá, las causaba una pluma de tonos pastel y después una mosca insidiosa, y yo cruzaba una puerta para que la mosca se volviese lluvia finita y fría que adelgazaba hasta hacerse lluvia de una sola gota cayendo sobre mi vientre, cansándolo, hiriéndolo: la insinuación de una tortura que provocaba angustia, primero una angustia sonsa, casi como si no lo fuera, y otra vez ella, la de siempre, pero distinta: una temible, terrible, y ese garabato de pronto frío proponía en mi vientre el horror de un filo, y repicaba su risa cruel, y entonces sentí la puntada –el tajo– y el chorro caliente brotando de mí, y en esa desesperación de los malos sueños abrí los ojos y la vi, a ella –fresca, real–, aferrada con sus dos manos al cuchillo: tiraba de él con desesperación, con espanto, como si quitándolo borrara la tragedia gestada en aquel sueño, como si no fuera tarde para improvisar rescates.
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Cross a la mandíbula

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Durante el día, en un laboratorio de Lanús, busca el elíxir de las medias eternas. Algunos vecinos lo creen extraviado: él baja la cabeza y acepta el desprecio. Pero no bien cae la penumbra, se pone las calzas rojas con la zunga por encima, la musculosa y la capa haciendo juego y, en orgullosa soledad, escribe un libro tras otro. Uno tras otro.
Mientras tanto, en el Salón del Mal, los eunucos bufan.
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Durañona

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La sociedad durañonense ha sido, desde principios del siglo XX, objeto de estudio de escasos aunque reputados antropólogos, economistas y sociólogos. Son muchos los elementos que han llamado la atención de estos académicos, desde los llamativos códigos del vestir durañonense, hasta la particular composición de su sistema socio-económico y político, pasando, sin duda, por el desarrollo de su ciencia y su técnica, o las extrañas creencias religiosas que la mayoría de sus ciudadanos abraza. Aunque hay quien sostiene que la principal motivación para llevar adelante los escasos aunque rigurosos trabajos de campo sobre este pequeño grupo de islas del Índico se debe a la belleza de sus playas, a su deliciosa comida típica –elaborada casi en su totalidad a base de suruflo– al clima templado tirando a cálido, y al altísimo nivel de sus puticlubs.
Dada las vastas distancias que separan las islas de cualquier punto continental, y la escasez de vuelos, llegar a Durañona resulta oneroso hasta el escándalo, por lo que se haría prácticamente imposible visitar la isla sin el apoyo de alguna institución educativa prestigiosa. A eso tal vez se deba no sólo la constante –aunque jamás exagerada– presencia de investigadores, sino también la escasez de turismo.
Por otra parte, la hostilidad de su geografía urbana y la necesaria convivencia de los visitantes con ciertas costumbres difíciles de asimilar para los extranjeros, han desalentado el turismo de elite, que le ha dado la espalda durante años.
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Diálogos y anécdotas de Durañona: sobre sus puertas dimensionales

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–¿Otra vez lo mismo? ¿Vos te fijaste la hora que es?
–No me hablés, mirá… Vengo con una bronca. Salgo del laburo a las siete, como siempre, bajo por la Calle del Desconcierto hasta agarrar la Avenida de la Sagrada Incubación, y no va que veo el autobús que se está yendo. Empiezo a correr como loco y aparezco en Congresales, ahí donde se junta con Fileteadores de suruflo en barra, en el barrio de Pocas pulgas... Ahí, donde está la parrillita esa que íbamos antes de casarnos, ¿te acordás? ¿Esa que hacían las mollejitas tan ricas? Esa, esa, la del vacío que se deshace como una manteca y la morcilla vasca con pasas sultanas... Vos vieras qué linda la pusieron, con una ambientación campestre que está muy bien, y sigue siendo barata. Pero escuchá lo peor: ¿me podés creer que ahí nomás, a media cuadra, desembocaba otra de estas puertas de mierda? ¡Venía de la plaza del Congreso! ¿Viste que hoy había una manifestación de jubilados? Bueno, aparecieron todos ahí. Una cantidad de viejos que no te puedo explicar. Y todos viniendo de contramano. Un desastre. Los autobuses salían a reventar.
–¡Qué horror! Por eso te digo siempre que te compres el mapa del día, pero vos nunca me hacés caso... ¿Querés que te caliente la comida?
–Eh… no, no te hagás problema, si con el disgusto no vieras cómo se me cerró el apetito…
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Sincronías

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Un miedo parecido a aquella primera euforia los acorraló tiempo después. Y vacíos de ánimo para enfrentarse, ambos se dejaron abandonar.
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Inmortales provisorios

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Orgullosos, viriles, dignos, miran a los muertos con desdén y, en ocasiones, con disimulada rabia. Ancianos pero rebosantes de alegría, abrazan la contundencia de las estadísticas, la irrevocabilidad de los precedentes. Imbatibles, todavía victoriosos –tal vez heroicos–, mantienen en alto el estandarte de su organización: la cofradía de los hombres que no se han muerto nunca.
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El hastío del vampiro

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Harto ya de la noche y los excesos, Nosferatu planea sus vacaciones de sol y playa.
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ONGeses

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Asqueados de una globalización que desdibuja sus orgullos, decidieron robar las armas al enemigo. Y conformaron la plataforma desde donde lucharían por sus ideas: nacionalistas sin fronteras.
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Picadita con Holmes

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–¿Qué le sirvo, jefe?
–Emmenthal, querido Watson.

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Charla entre un banquero poderoso y un militante antisistema

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Se miran casi de refilón, desde ese sutil límite que separa el recelo del desdén.
Se miden sin medirse.
Se intuyen; se huelen.
Se sospechan.
Afuera, una lluvia lenta desgasta paciente el asfalto.
Adentro: carraspeos, expectativas, miedos.
Dedos repiquetean sobre una mesa.
Una mosca zumba en algún oído.
Toses; murmullos.
Hasta que uno dice:
–La libertad no es gratis.
Al otro se le quiebra el labio, le tiemblan ligeramente las piernas, una gota –sólo una gota– de sudor surca su mejilla.
Traga saliva.
Mira al adversario.
Y responde:
–Estoy de acuerdo.
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La religión en Durañona

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El sistema religioso de
Durañona es bipartidista. El oficialismo está constituido por una deidad principal, llamada Teo. Aunque nunca se ha dejado fotografiar, por lo que se ignoran sus rasgos, Teo es popularmente caracterizado como un cuarentón de anteojos, camisa a cuadros, pantalones de jean nevados y zapatos leñadores. Teo se apoya en una coalición que, si bien se caracteriza por su heterogeneidad, se aglutina tras un discurso basado en el amor, la paz, una relativa tolerancia por quienes piensan parecido, el juicio severo a quienes piensan distinto y la culpa.
La oposición es ejercida por Darío Ignacio Ángel Bartolomé Lezama Oscuro, que es el hijo mayor de un empresario de clase media alta en ascenso, lo que, según muchos teólogos, explicaría la extensión tal vez exagerada de su nombre. A raíz de la dificultad que suscita citar su nombre íntegro, se lo suele llamar “Nacho Lezama” o simplemente “Nacho”. También, en ocasiones, se lo denomina por sus siglas.
Según los textos sagrados, Nacho está destinado a llevar adelante una oposición férrea e intransigente, mientras que Teo es el elegido por él mismo para liderar cualquier cuestión trascendental... El carácter totalitario de Teo y el apoyo que suscita en el potencial electorado –sobre todo en las clases medias, medias medias y medias altas– lo convierten en el indiscutido faro moral de la sociedad durañonense. Desde su despacho no se cansa de lanzar proclamas y máximas, que el pueblo aplaude. Nacho tiende a prescindir de un aparato mediático sólido: prefiere basar sus campañas en la “propaganda por el acto”. Y en la generalidad de los casos, su ejemplo alcanza un mayor impacto en la ciudadanía que el aparato proselitista de Teo.
Este último aspecto confunde a muchos analistas teológicos, pues no encuentran explicación a la aparente condena al lugar de oposición que la sociedad le asigna a Lezama. Aunque algunos teólogos críticos al oficialismo argumentan que la concentración de los medios de comunicación en manos oficiales –o en manos de grupos “independientes” afines a la clase dominante– explicaría el sustento de su poder.
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Infalibilidad y tradición

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–Los fieles empiezan a sospechar, excelencia. Ahora que la prensa habla, ¿qué podemos hacer con tantos encubrimientos?
–Por el amor de Dios, ¿qué duda cabe?... ¡Encubrirlos!
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Atardecer en el campo (de batalla)

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Al frente de un escuadrón diezmado, el teniente disfruta de una puesta de sol rabiosamente bella sobre la colina sembrada de muertos y mutilados. Y con tristeza, con inmensa tristeza, festeja la victoria.
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Monstruosidades

.Cuando descubrió que se había enamorado de un monstruo horrendo disfrazado de la persona más linda del mundo, huyó robándole el disfraz. Al fin y al cabo, pensó, se había enamorado de la mentira más que del enunciador de esa mentira. Los años siguientes los pasó probando el disfraz en mujeres bellas y solas, en casadas y tristes, en jóvenes y felices, en ancianas amargadas y en quinceañeras cachondas, en señoritas desgarbadas hasta el escándalo y en señoronas exageradamente pulposas; en fiesteras, en petisas, en rubias, en gordas y en morenas. Tampoco se privó de probarlo en varios tipos de sexualidad dudosa y en algún que otro maricón declarado. Lo probó en un travesti, en dos ovejas, en un murciano y en un marciano. Pero no había caso: nadie sabía llevar el disfraz como aquel monstruo horrendo.
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Película de terror corta

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Ella le suplicó que no acudiera a la cita: presentía que algo horrible le pasaría.
Y él le hizo caso.
Títulos.
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La empatía del monstruo

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Las garras hediondas abren su piel y ella grita.
Él, muerto de pena y ternura, la acaricia de nuevo, muy despacio. 

Brainstorming de ministros de un régimen cualquiera

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–Si no tomamos alguna medida, esos hijos de puta van a terminar con este modelo que tanto nos costó implementar…
–¡Reprimamos!
–No sé, está muy visto.
–¡Declaremos una guerra!
–No, eso es carísimo.
–Un mundial, tendríamos que organizar un mundial.
–No tenemos suficiente tiempo.
–¿Y sí proponemos una transición?
–…una transición…
–Transición… claro...
–…sí…eso…transición…
–¿Una transición…? ¡Rápido y barato! ¡Genial, llamen a conferencia de prensa!
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Occidentalizaciones

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–Para mí, no hay como el budismo. Con decirte que mi mayor deseo es abolir el deseo... ¿no te parece genial?
–No sé, estoy confucio.
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El último alquimista

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Aunque es joven, el alquimista sufre por la finitud de su vida: los fracasos de sus maestros y las certezas de sus contemporáneos lo convencieron de que el elíxir de la vida eterna es un sueño imposible. La frustración lo asfixia. Vivir para morir, se dice mientras sorbe el primer traguito de cicuta, no tiene ningún sentido.
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Separaciones

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–¿Me dejás por otro?
–No. Te dejo por vos.

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Libertades

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El portón del hospital permanece abierto apenas un instante, el suficiente para que entre el coche del director. Y el loco aprovecha y mira. Mira el mundo, sus calles asfaltadas, sus edificios tan rectos. Mira los postes de luz, los tachos de basura y las antenas de televisión. Mira a los chicos que salen de la escuela y a los oficinistas en sus pausas para almorzar y a madres apuradas y a un kiosquero y a dos policías y a varias maestras jóvenes, casi todas lindas o por lo menos tetonas. El loco siente tanto mundo metiéndosele a chorros por las pupilas, casi como si le doliera. Cuando el portón se cierra, le desconcierta una pena corrosiva. Y mientras la pena muta, poco a poco, en lástima, el loco piensa: “Pobre gente, encerrada ahí afuera”.
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Política en pantuflas (o matrimonios gastados)

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Tan acaloradamente discutían sobre los términos de la discusión, que ninguno advirtió que estaban de acuerdo.
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Psicoanalizados

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–¿Estás bien?
–Estoy cansada.
–No te creo.
–Ese es tu problema.
–Claro que es mi problema, pero yo espero contar con el apoyo de mi pareja a la hora de enfrentar mis problemas…
–Si ya te dije: no estoy triste ni enojada. Estoy cansada, nomás.
–¿Ves cómo sos? ¡Una egoísta! Acá la cuestión no es que estés cansada o no. La cuestión es que yo no te creo, pero siempre estás pensando en tus problemas: que estás cansada, que no tenés ganas de hablar... ¡y a mí que me parta un rayo!
–Me estás cansando.
–Ese es tu problema, yo no voy a hacerme cargo de tu cansancio.
–Lo único que quiero es apoyo. Somos pareja, ¿no? Se supone que estamos para apoyarnos el uno al otro.
–Esta situación me cansa.
–…
–…
–Roberto, no podemos seguir así… tenemos que tomarnos un tiempo, reflexionar sobre lo que nos pasa.
–Sí, puede ser…
–¿Vamos a dormir?
–Dale, vamos.

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Onanismos

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El histórico historiador escribe sus memorias.
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Charlas amables entre un anarquista y un neoliberal

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–Una sociedad sin bancos es inconcebible.
–Efectivamente. Y lo mismo pasa con las mesas.

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Durañona: sobre la elaboración del suruflo en barra

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De las variantes de suruflo disponibles en el mercado de Durañona (en polvo, en crema, en gel, en barra, suruflo líquido o granulado) el suruflo en barra –también conocido en la jerga de los chefs como baruflo– es el más delicado. Cortado en fetas, es muy utilizado en la alta cocina durañonense. Quienes tienen el privilegio de consumirlo –sin duda quienes ocupan las dos clases sociales más altas– aseguran que mantiene como ninguno el regusto ligeramente mantecoso de la leche del faragote, sin que por ello se pierda el amargor sutil aunque destacado de su materia fecal.
El secreto, dicen los entendidos, se encuentra en el reposo posterior al amalgamado del suruflo con harina. Tras formarse la pasta que se trasformará en baruflo, la misma se deposita en barricas de kevlar untadas en aceite de oliva, y se almacenan en grutas, a sesenta metros de profundidad. Allí reposan durante un período de cuatro años, iluminadas con luz de velas y arrulladas por los cantos gregorianos de los más afamados curas palotinos del país.
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Suicidio asistido

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Harto de amanecer en una oficina gris y de atravesar el día rodeado de hombres descoloridos, cansado de soportar a dos hijos que no había querido querer antes de engendrar ni aprendió a querer después, agotado de una esposa sin imaginación ni más voluntad que la de desoír sus deseos y obedecer mandatos, Aristóbulo Aristiboldi se planteó muy seriamente, al cumplir cuarenta años, morir. Hombre paciente y metódico, leyó cuanto pudo al respecto. Maneras de suicidarse había decenas; infalible, ninguna. Por cada persona que se quita la vida, al menos veinte han intentado hacerlo. Una perspectiva francamente desoladora.
No supo si felicitarse por la investigación, que sin duda le ahorraría el riesgo de sobrellevar un penoso fracaso, o si maldecirse por ella, que le arrebataba la posibilidad de sentirse, aunque fuera por un segundo, el dueño de su vida.
En todo caso, se dijo Aristóbulo, hay que reflexionar sobre el tema.
Así es como durante varios meses continúo harto de amanecer en una oficina gris y de atravesar el día rodeado de hombres descoloridos, cansado de soportar a dos hijos que no había querido querer antes de engendrar ni que aprendió a querer después, agotado de una esposa sin imaginación ni más voluntad que de la desoír sus deseos y obedecer mandatos. Hasta que descubrió que ese era, sin duda, un modo eficaz de suicidarse. Lento, sí; doloroso, también. Pero, sobre todo, eficaz. Al fin y al cabo, solo una seguridad tenía: nadie podía sobrevivir a una vida como aquella.

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Durañona: sobre sus oficios mejor pagados

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De todos los oficios de Durañona, sin duda el más reconocido es el de fileteador de suruflo en barra. Estos profesionales escasean debido al exhaustivo examen de ingreso a la Escuela Nacional del Fileteado. Por lo general, quienes obtienen una plaza en la institución son cirujanos prestigiosos o ingenieros, aunque la escuela ha contado también, entre su alumnado, con artistas plásticos, podólogos y cocineros de elite. Claro que decenas de jóvenes inician su carrera de medicina pensando en llegar, algún día, a ser fileteadores de suruflo, y la mayoría debe resignarse a una reputada carrera como neurocirujano. Otros no llegan más que a ministros de salud o visitadores médicos. Algo similar sucede con los ingenieros y artistas.
La dificultad fundamental de este oficio radica en su condición artesanal. El
suruflo fileteado, uno de los manjares más exquisitos de la alta cocina durañonense, se obtiene al cortar una barra de suruflo en fetas cuyo espesor no debe superar la décima parte de milímetro. Teniendo en cuenta que el fileteado se realiza con un cuchillo jamonero la complejidad del proceso es notoria. Más aún si agregamos que la tradición gastronómica durañonense no acepta que de una misma barra se extraigan fetas cuyo espesor varíe en más de un micrón. El procedimiento es sencillo en el plano teórico, pero sin duda arduo en su ejecución: el fileteador toma una barra, cuya longitud siempre es de exactamente ochenta centímetros, y con la ayuda de una escuadra le practica un corte a la mitad. Luego toma cada una de las mitades y repite la operación. Hace lo mismo con cada cuarto y luego con cada octavo y continúa el procedimiento hasta obtener ocho mil lonchas. Si alguna de las lonchas no alcanza los altos estándares de calidad exigidos por los chefs, entonces toda la barra se destina a la elaboración de comida para perros. Esto se debe a que no existe receta que demande menos de ocho mil fetas de suruflo para su elaboración o que permita que las fetas provengan de diferentes barras-madres. Si sumamos a estas exigencias el dato de que el precio de una barra-madre de suruflo no baja del equivalente a diecisiete salarios mínimos, será fácil comprender la responsabilidad que este oficio entraña, y por tanto su elevado prestigio en la sociedad durañonense.
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Premios y castigos

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Durruti leyó el informe despacio, zumbando cada frase. Ordoñez permanecía rígido frente a su escritorio. Esperaba la aprobación de su jefe, aunque se preparó para lo peor: sabía que él era tan impredecible como exigente.
Apenas terminó la lectura, Durruti dejó la carpeta junto a la computadora, hizo una pausa bastante teatral mientras jugueteaba con el bolígrafo y, finalmente, sentenció:
–Ordoñez, de verdad, casi que me veo obligado a mandarlo bien a la mierda.
Él obedeció de inmediato por esa debilidad de carácter que muchos confundían con obsecuencia, pero también porque la propuesta le pareció encantadora. Y mientras volaba en la dirección sugerida por su jefe, con una sonrisa que le cruzaba la cara, adivinó la envidia de las otras moscas que debían seguir en la oficina hasta las seis en punto.

Policía literaria

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–A ver ese cuadernito, ¿qué es esto?, ¿por qué tantos gerundios? Esto no puede ser para consumo personal… Cardozo, vamos a llevar a este sujeto para averiguación de antecedentes, métalo en el celular y confísquele también los adjetivos y adverbios. Son una lacra Cardozo, son una lacra. Si no velamos nosotros por nuestros jóvenes escritores, no sé qué sería de la sociedad…
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Gaucho malentendedor

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Fueron pocas las palabras que le dijo esa voz. Fueron dos palabras, nomás. Y las dos iguales. Gaucho bruto, eso pasa por sobrestimarte, pensó la voz. Pero lo pensó tarde. Lo pensó al verlo con las manos enchastradas con la sangre de su china. Te fuiste al carajo, gaucho. Pobre china, gaucho idiota, pensó la voz. Y se sentía un poco culpable, la voz. Y juró nunca más, pero jamás de los jamases, rogarle con esa insistencia que le convidara un mate.
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Trabajólico

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En cinco minutos se me acaba la batería y tengo que mandar este correo, le dijo él, un poco harto de su incomprensión. Ella le recriminó que había estado cocinando durante horas. Él le explicó, con la mirada clavada en el portátil, que urgía cerrar el presupuesto cuanto antes para no perder la licitación. El cargador lo había dejado en la oficina, pero si se apuraba llegaría: si apenas le faltaba redondear dos chorradas y era cosa de nada. Ella refunfuñó, se quejó de que siempre pasaba lo mismo, ella cocinaba para él y él pasaba de ella y de todo: vivía para su trabajo. Sin levantar la vista de la pantalla ni los dedos del teclado, él soltó un bufido ambiguo. Entiéndeme, me quedan tres minutos, le insistió, y sonrió pensando en la cara de satisfacción que pondría su jefe al ver el presupuesto y el informe adjunto, a primera hora, en la bandeja de entrada de su correo. Ella se dejó caer en la silla: los ojos inundados por la bronca y la tristeza le empañaban el paisaje árido de su marido frente al ordenador.
Un minuto me queda, dijo él. Apenas le dio a “enviar”, levantó la vista satisfecho. Pocos segundos después, de su cara se borró toda expresión, sus ojos se pusieron blancos, de entre sus labios salió un pitido corto y agudo, y se desplomó sobre la mesa.
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Violencia de género

.La novela, bárbara, aporrea al cuento. Y el editor, cómplice, calla.
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Violencia de género II

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Desquisiado por su mal corte, el sastre destroza el traje..

Charlas entre un suicida y su esposa insatisfecha

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–Roberto, ¿tu me quieres?
–Por supuesto, mi vida.

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Continuidad de los Vázquez

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Había comenzado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Aquella tarde, su hija mayor descansaba en el dormitorio contiguo, su nieto jugaba en el parque flanqueado por grandes cipreses. Había preferido cerrar un par de inversiones a distancia, tomarse el resto del día para relajarse en el sillón del estudio, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones. Dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde, constató la cercanía tranquilizadora del vaso de whisky con un discreto chorro de agua, y se sumergió poco a poco en los últimos capítulos de aquel libro de ciencia ficción. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi enseguida. Retomó la trama en el momento en que el agente del gobierno estacionaba su coche negro frente a la casona de Banfield. Otra familia Vázquez vivía allí. Otro objetivo. Una sonrisa sutil se dibujó en su rostro de empresario tenaz. Esas coincidencias le divertían. Como si un poco él también fuera un personaje de esa trama futura e imposible. Saboreó el whisky con agua; su mirada se perdió, durante un instante, en algún lugar al otro lado del ventanal. La misión del agente podría parecer ridícula, sin embargo poner fin a un problema implica asumir costos, y decidir cuáles serán esos costos siempre guarda cierta arbitrariedad. Acabar con los Vázquez representaba una estrategia eficaz contra la sobrepoblación. Aquel Estado había eliminado primero a los Gómez, luego a los González, ahora iban por los Vázquez: su reproducción a ritmo exponencial jaqueaba la estabilidad del país, la buena distribución de sus escasos recursos. El agente saltó la reja con un movimiento felino. Vestía un traje de algodón que le daba un toque anacrónico a su estilizada figura. Antes de avanzar sacó su .38 especial y le colocó el silenciador. Con un andar liviano rodeó la casona en busca de la puerta de servicio. Vio un objetivo en el parque, pero su entrenamiento no había sido en vano: el primer objetivo debía ser siempre el más peligroso. Llevaría a cabo un trabajo limpio, rápido, sin escándalos.
Subió la escalera saltando los escalones de tres en tres: el informe de inteligencia, una vez más, resultaba infalible: primero una sala azul, después una galería, un pasillo alfombrado. Al final del pasillo, dos puertas: una joven durmiendo en la primera habitación; un estudio grande, de paredes revestidas con madera en la segunda. Le asaltó un vértigo casi paralizante aunque ganó la inercia burocrática del funcionario eficaz. En el estudio vio el respaldo alto de un sillón de terciopelo verde, el pelo canoso y revuelto de Eliseo Vázquez, el ventanal amplio y más allá el parque, el niño jugando, los cipreses.
Eliseo dio un sorbo lento al whisky, como si la pausa le ayudara a paladear mejor esa simetría imprevista entre el papel y el mundo. Bajó sus ojos buscando el párrafo recién suspendido, pero apenas si tuvo tiempo de sorprenderse al descubrir, sobre su escritorio, el calendario abierto agosto del 2273.

Descargo de un escritor ansioso

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–No es que trabaje los textos menos que mis colegas... verá, lo que sucede es que yo mis textos los escribo corregidos.
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Discurso político

.–¡No estamos dando vueltas, compañeros! ¡Estamos avanzando en círculos!
Y las masas, enardecidas, aplauden.
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Obra pública

.–Venimos a buen ritmo, Ministro.
–¿Cuánto calculan que falta?
–Según las previsiones, ciento cincuenta años. Pero yo creo que en ciento veinte o ciento treinta podemos terminar.
–Deberíamos acelerar un poco, la quiero lista en cien años. Si necesita más chinos se los mandamos, si chinos es lo que nos sobra.
–No, no, de chinos estamos bien. Pero hay un montón de montañas ahí, todo para arriba y para abajo, los pobres chinos laburan como chinos, pero no es fácil.
–No me venga con excusas. La quiero lista en cien años y no se habla más. ¿Sabe el empujón que le va a dar a nuestra economía la muralla esta? ¿Se imagina la de turistas que van a venir a verla? Yo le prometí al señor Ming, cuando juré como ministro de Turismo, que la íbamos a inaugurar antes de que se terminase su dinastía. Y yo soy un hombre de palabra. Así que vaya y apure a los chinos esos, que son unos vagos. Y que me dejen el revoque parejito que yo mismo voy a darme una vuelta por ahí cualquier año de estos.
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Crisis, decisiones y cambios.

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–Las cosas ya no son como antes.
–...
–¿Te acordás cuando nos pasábamos horas en la cama, desnudos, soñando con un futuro tranquilo, con ver a nuestros hijos crecer felices, con los nietos que nos acompañarían en la vejez?
–...
–¿Te acordás cuándo volver a casa no era como ir al infierno?
–...
–¿Me vas a decir que no pensaste en eso?
–Sí, claro, claro que lo pensé... pero es difícil aceptarlo.
–Tenemos que dar el paso, si nos abandonamos a la desidia nos vamos a enterrar de a poco.
–¿Estás... hablando de divorcio?
–Sí.
–...
–¿Vos no sentís que algo se agotó?
–Últimamente cada vez más.
–¿Entonces?
–Tenés razón, claro que tenés razón. Pero es difícil.
–Lo mejor es enfrentarlo, ¿no?
–Supongo... ¿Cuándo se lo vas a decir a tu marido?
–Hoy mismo, en cuanto lo vea en casa.
–Bueno, hoy lo hablo con mi mujer, entonces.
–...
–¿Te alcanzo?
–No, prefiero caminar. Mañana nos vemos en el lugar de siempre, ¿no?
–Sí... sí, en el lugar de siempre, a la hora del almuerzo.
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Caracteres

.Impasible ante el peligro, indiferente ante el éxito, impermeable a las presiones, él era un hombre de una sola palabra: “Quizá”.
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Durañóna: diálogos y anécdotas

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–Disculpe, ¿les molesta si les meto el dedo en el culo?
–Le pediría si puede esperar hasta que terminemos de cenar. Por los chicos más que nada, vio. Les hace un poquito mal comer con un dedo en el culo.
–Ah, por supuesto, que torpe soy, disculpe… si usted tiene toda la razón. Es que es un vicio terrible, este.
–Lo entiendo, cómo no lo voy a entender. Yo lo dejé hace dos años.
–¡Dos años!
–Sí, hace dos años que no le meto el dedo en el culo a nadie.
–¡Lo felicito! Yo lo quise dejar varias veces pero no hay caso. Coman, coman tranquilos, en cuanto terminen le meto el dedo.
–Gracias.
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Caracteres II

.El muy desgraciado, aparte de yeta, era egoísta: estaba siempre donde causaba daño y sólo se iba para causar daño en otro lado.
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Durañona: sobre los vicios de su gente

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Uno de los vicios o hábitos típicos de Durañona es el empastillamiento con dedal. Se trata de una costumbre surgida hace siglos en los pueblos, pero que poco a poco se fue instalando también en las grandes urbes. Quienes lo practican, que son casi la mitad de los ciudadanos adultos, suelen manifestar sensaciones dispares, que van desde el placer puro hasta la pulsión indeseada. La practica consiste en masticar una pastilla de menta o cítricos, muy despacio, y al mismo tiempo colocarse un dedal casi siempre de chapa (aunque los hay de oro o plata, por supuesto menos habituales) en el índice de la mano derecha, e introducir el dedo en el ano de la persona que se tenga más cerca. La satisfacción de aquellos que practican el empastillamiento con dedal, según manifiestan, es sublime. Por supuesto, los ciudadanos no afectos al hábito, en la generalidad de los casos, se molestan al ver su ano invadido por un dedo extraño. Pero, al tratarse de una práctica legal, poco puede hacerse para evitarlo. Cada tanto, algún legislador propone la prohibición de esta costumbre. De inmediato, asociaciones y plataformas cívicas creadas por los empastilladores manifiestan su disconformidad, dicen sentirse discriminados, insisten en que ellos tienen el derecho de ejercer libremente el empastillamiento. Estas manifestaciones espontaneas, junto con los poderosos lobbys de las fábricas de dedales, detienen cualquier intento de prohibición.
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Idas y vueltas

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En su trayecto al trabajo o en su vuelta a casa, él jamás pagaba su boleto de tren. Y no por mezquino ni pobre: por ideología. Antes que a la concesionaria que había ganado la licitación gracias a sus malas artes, prefería dar esa moneda a la pobre señora que, a diario, se cruzaba cerca de las boleterías.
La misma señora que, por su aspecto desvalido, los guardas dejaban pasar sin picarle el boleto.
La misma señora que, por convicción e ideología, nunca pedía ni un centavo más del que de verdad necesitaba para pagar su boleto de tren.

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ONGeses II

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Cansados de tener solo mala prensa, fundaron el movimiento que los reivindicaría: aduaneros sin fronteras.
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Digestiones

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–A mí lo que me pasa con el puerro puerro es que lo repito mucho. Puerro.
–...
–Puerro puerro.

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Durañona: sobre sus mapas, sus nortes y sus sures

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Los cartógrafos de Durañona, lejos de aceptar la inutilidad de sus mapas, insisten en señalizar con puntos rojos (o a veces azules) las puertas dimensionales que abundan en sus grandes centros urbanos. Estas puertas son invisibles, insonoras e inodoras: al cruzarlas, trasladan al peatón a un sitio lejano, aunque siempre dentro de la misma urbe. El peatón sin mapa descubre tarde la presencia de una puerta, ya que pueden atravesarse en un solo sentido. Teniendo en cuenta lo precario del trasporte público, verse teletrasportado a un punto distante, en gran número de ocasiones, significa un incordio. Cualquiera sabe que las puertas dimensionales no permanecen en un mismo lugar más de dos, o a lo sumo tres días, aunque se acepta el hecho de que siempre hay, en cada ciudad, el mismo número de puertas. La escasez de cartógrafos hace imposible un barrido sistemático y periódico de las ciudades: ellos transitan las calles eligiendo rutas al azar, anotando la ubicación de las puertas con que se cruzan. Por eso, los mapas se imprimen a diario y un mapa de ayer se considera obsoleto. Se venden en quioscos de metal ubicados en las esquinas más concurridas de los diferentes barrios. Algunos quiosqueros, cada mañana, reparten entre sus vecinos el mapa del día, y rara vez un durañonense sale a la calle sin él: la posibilidad de volver a casa horas después de lo previsto los aterra. Pocos reconocen que la precisión con que los cartógrafos describen los rincones de la ciudad afectados por estas puertas es limitada, para no aceptar que prácticamente nula. Como contrapartida, no es raro que un durañonense sepa entender los retrasos de sus conciudadanos, ni que carezca de excusas a la hora de explicarle a su pareja porqué no llegó a tiempo para la cena.
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Europa, siglo XXI

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¡Olé, olé, olé,
olé, olé,
olé, olá!
Yoooooooo
Soy demócrata,
es un sentimiento,
¡no puedo parar!

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Mafioso Gangoso

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–¡Y...o no dieee e lo mmm h aten y e me esperen... di j ee e lo aten y mmm eee es peren!
–Ahh...
–¿Ee hacé? ¿Ahoa paaaa e lo vhhhas a atar?

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Elongando ideas

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Leer, reflexionar, discutir... no es fácil la vida del filósofo: siempre luchando por mantener su estado metafísico.
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Siglo XX

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Y el teórico volvió a matar a la novela y el crítico la veló.
Y el escritor volvió a escribir la novela y el editor la editó y el lector volvió a leer la novela y el crítico la alabó.
Y el teórico volvió a matar a la novela y el crítico la lloró.
Y el escritor escribió la novela y el teórico la desdeñó y el lector la leyó y el editor se relamió y el crítico, por prudencia, se abstuvo.
Y el teórico volvió a matar a la novela.
Y el crítico la enterró.
Y el escritor volvió a escribir la novela y el editor la editó y el lector la leyó y el crítico la alabó y el teórico la mató y el escritor lo ignoró y, de nuevo, la escribió.
Y a todo esto la novela, ahí, muriéndose, pero de risa.
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Descuidos y accidentes

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Temeroso de que lo sorprendiera por la espalda, no le sacaba el ojo de encima al pasado. Y de tanto avanzar reculando, no vio al futuro cuando se le vino de frente.
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El demagordo

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–¡Qué rico está todo! ¡Un aplauso para el asador!
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Una enfermedad terrible

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–Doctor, necesito que me estirpe a esa mujer o a su recuerdo o a su fantasma. Sáquela de ahí, por favor.
–Lo siento: esa mujer ha hecho metástasis en su cerebro, en su hígado, en su corazón y en sus pulmones, en sus deseos que resisten a dejarse extinguir y en sus noches sin ella y en los ecos de los rituales que por cobarde se forzó a abandonar. Ahora, es tarde.

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Deportista despechado

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Sudaba a mares.
Por los ojos: sólo por los ojos.
Pero a mares.

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De escritor a crítico

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Con los dedos agarrotados por tanto esfuerzo inútil, se dedicó a buscar sus textos en las palabras de otros.
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Conciencia de clase

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A fin de mes un mejor móvil, a fin de año un mejor coche, por el resto de sus días un matrimonio más o menos, envuelto en una casa enorme con piscina, jardín, hipoteca a cuarenta años y salón de juegos. Como si lo maniatara un déjà vu al revés, el futuro lo acorraló.
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Desintereses

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–¡Acompañame! ¡No seas egoísta!
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De chinos

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Con Grétel nos encantaba caminar por el Barrio Gótico y tomar mate en el Montjuic. También, en verano, íbamos bastante seguido a alguna cala desierta de la Costa Brava apenas caía la noche. Llevábamos vino tinto y a veces pan con queso. Nos quedábamos hasta el amanecer frente al mar. Poco importaban allí los temas pendientes del trabajo o los melodramas familiares. Sin embargo, nada nos divertía tanto como los bazares chinos: podíamos disfrutar durante horas en uno cualquiera.
Perdernos por las calles barcelonesas en busca de un chino desconocido sugería la aventura. Aunque la fiesta empezaba al entrar. Saludábamos al cajero como quien no quiere la cosa e íbamos directo al fondo del local. Allí nos sentíamos menos acosados por su mirada impávida aunque severa. Empezábamos por donde los cacharros de cocina se amontonan con los artículos de tocador o las películas pornográficas. Hurgábamos con paciencia entre los productos, mientras fingíamos reflexionar sobre su utilidad. Yo, en ocasiones, metido en el personaje, llegué a pensar en lo bien que me vendría un juego de vasos largos o un paraguas. Una o dos veces creí adivinar, en la expresión extraviada de Grétel, que le sucedía lo mismo. Pero tanto ella como yo nos sacábamos rápido esas ideas absurdas de la cabeza.
A veces el fenómeno acontecía no bien nos deteníamos frente a la primera góndola. En ocasiones debíamos recorrer el chino de un extremo al otro, mirar decenas, centenares de objetos que, a priori, sabíamos innecesarios.
Hasta que, como si nos iluminara una inspiración prestada vaya a saber por quién, Grétel o yo descubríamos ese brillo casi imperceptible que algunos objetos irradian. El iluminado agarraba ese objeto especial –que podía ser un juego de destornilladores, una cacerola o un rollo de papel de aluminio– y sentía una cosquilla acá, bien en lo profundo del estómago. Dejaba escapar un sonido gutural, una mezcla de grito sordo y ronquido mal hecho y, a veces sin solución de continuidad, a veces tras una pausa de treinta o cuarenta segundos, estallaba en una carcajada.
Siempre pasaba lo mismo: el otro observaba estupefacto al que reía. Con expresión desencajada simulaba comprender y hasta compartir el asombro del cajero. Mientras que quien padecía la risa, con el juego de destornilladores o la cacerola o el rollo de papel de aluminio en la mano, caía víctima de unos retortijones bárbaros en los músculos abdominales. Pero la seriedad del otro se desvanecía más o menos pronto. Entonces Grétel y yo nos confabulábamos en un estruendo de carcajadas y llanto hiposo.
De ahí en adelante, como si la primera risa nos abriera la puerta de todas las risas, paseábamos de góndola en góndola redescubriendo objetos en apariencia cotidianos, festejando con aplausos nuestros hallazgos. Nos íbamos del local a la hora en que cerraban. Por supuesto, sin haber comprado ni uno de esos artículos tan graciosos.
Yo creo que este ritual me unió a Grétel como ningún otro. Fueron más de seis años de relación basada en el diálogo, el buen sexo y las excursiones a los chinos. Seis años maravillosos.
Y no puedo evitar la tristeza al recordar el día en que, después de dar vueltas por las góndolas del fondo de un chino de Casanova casi llegando a Gran Vía, encontré una bombita eléctrica que intuí comiquísima. La distinguí desde una góndola contigua, a través de un hueco que se formaba entre el jabón de tocador y una resma de papel A4. El cartón blanco sucio y celeste pastel de la caja prometía un cristal delirante, filamentos de un atractivo austero aunque rotundo. Fui sin demoras en su busca, la agarré, saqué de su interior la lamparita. La observé deteniéndome en sus curvas suaves, en los prolijos caracteres chinos impresos sobre el cristal, en la tetilla negra y elegante que coronaba la rosca metálica. A través de la lamparita distinguí a Grétel. Solté el ronquido a contramano, apreté fuerte las muelas, disfruté de las primeras lágrimas escapándose. Me rendí a una carcajada bestial.
Grétel se me acercó. Sabía que se me uniría en cualquier momento.
Agarró la bombilla, la observó detenidamente. Y dijo con tono seco:
–Una lamparita de cuarenta, como la que se quemó ayer en el baño.
Después caminó hasta la caja, pagó los sesenta céntimos que el adhesivo naranja indicaba y, mientras salía del local, dijo que me esperaría en la calle.
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Mi poesía premiada

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El niño yace recostado
sobre un abismo
al revés.

Recostado
el niño
bajo el abismo
yace.
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Caprichos

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–¡Quereme!
–¡No quiero!
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Inteligencia emocional

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–La culpa es de ella, si desde el principio supo que yo era un mentiroso. Yo no voy a dejar que me manipule con sus tristezas.
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¿LAS UÑAS DE LOS PIES NO LE PARAN DE CRECER?

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¡NO SUFRA MÁS EN VANO!
¡COMPRE YA SUS FUNDAS DE TITANIO FUNDIX!
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Según las últimas investigaciones desarrolladas en el Centro Integral Podológico de Soria, el sesenta por ciento de los hombres mayores de treinta años padece el trastorno denominado SUC (Síndrome de Uñas Cortantes). La dolencia produce desgarramiento prematuro de medias, desgaste excesivo en el calzado y dificultades para relacionarse. Los estudios llevados adelantes por los psicólogos especializados en podología del centro arrojan resultados inquietantes: el 27% de las relaciones amorosas fracasan por incompatibilidad podológica. ¡No arruine su vida sentimental! ¡Use las auténticas Fundas de titanio Fundix! Las Fundas de titanio Fundix se adaptan a la anatomía de su dedo preservando a su amada del riesgo de sufrir heridas cortantes. Y con lo que ahorrará en medias, en pocos meses habrá recuperado la inversión.
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SATISFACCIÓN GARANTIZADA O LE DEVOLVEMOS SU DINERO.

Autocrítica

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–¿Qué? ¿Yo autoritario y caprichoso? ¿Yo? ¡Por favor! Mirá, ¡no quiero que vuelvas a decir algo así! ¿Está claro?
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Charlas con el maestro IV

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–Maestro, usted que es inmenso en su sabiduría, usted que sobre todo ha reflexionado, usted que ha alcanzado el límite de lo conocible, enséñeme el camino, desásneme.
–Pregunta.
–Los basquetbolistas ¿juegan al básquet porque son altos o son altos porque juegan al básquet?
–...
–...
–...
–Gilipollas.
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Cine de autor

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Sinopsis de una película medianamente aburrida, llena de travellings lentos y lindísimos y personajes que cada tanto miran un poco para el costado como ensimismados, pensada para ganar un segundo premio en algún festival más o menos importante de algún país tipo Polonia, o de por ahí.
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Marcos es zapatero. Aprendió el oficio de su padre. Cuando él murió se hizo cargo de su comercio. Los martes y viernes juega al ping pong en el Club Social y Deportivo Defensores de Coghlan. Allí conoce a Marita, una maestra de Lanús inquieta y pecosa.
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Mal genio

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–Un desastre, mirá. Ando con una bronca. Vos sabés que agarro la lámpara, empiezo a frotar y como que se va calentando hasta que ¡zas!, escupe el humo ese como el de las discotecas viejas, se me aparece un gordo enrollado en una sábana de colores y me dice que pida. Y yo, ¿qué voy a pedir? Arranqué por lo normal, lo que hubiera pedido cualquiera: guita, bastante guita, y tenerla más grande. Hasta ahí diez puntos: en un periquete siento que los lompa me empiezan a ajustar de acá, del tiro, viste, y el gordo ensabanado me pone arriba de la mesa una valija con billetes de cien. Imaginate: yo estaba como perro con dos colas. Entonces el dogor me dice que falta un deseo nomás, y ahí pensé: esta es la mía. Ahora no me para nadie. Y mirá que se lo dije bien clarito: "Quiero que las mujeres me deseen y los hombres me teman". ¿Me podés creer que ese gordo pelotudo entendió todo al revés?
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Biografías: Patricio Algarsuez

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Patricio Algarsuez nació el 12 de abril de 1912 en Napalpí, provincia del Chaco. El curso de su azarosa juventud presenta a los biógrafos varios puntos oscuros. Se sabe apenas que no completó los estudios primarios, que emigró a Polonia una semana antes de que estallara la Segunda Guerra, que regresó dos semanas después, que durante años se desvivió por encontrar la fórmula de la sopa rígida y que a fines de la década del cuarenta, como consecuencia de un accidente doméstico, se tropezó con la llave para alterar la estructura molecular de la sopa.
A partir de entonces su historia se vuelve más sencilla de rastrear. Durante meses busca inversores para instalar la primera fábrica de sánguches de sopa. Estos lo consideran un estafador. Entonces golpea las puertas de los bancos para solicitar un crédito. Ninguna entidad valora su proyecto como económicamente potable. Él se sume en una profunda depresión. Ocupa ilegalmente una humilde finca cerca del Camino Negro, en Lomas de Zamora, y se entrega al alcohol. Para mitigar sus penas, comienza a escribir una novela rusa del siglo XIX. Le sale, en cambio, una guía turística de Praga. Con pocas expectativas, envía el original a la editorial polaca Kriskpisdsissiiirkkrs, de marcada presencia en toda Europa del Este. Tres meses más tarde recibe por correo un contrato y un cheque en carácter de adelanto de derechos de autor. Con ese dinero instala, en Lanús, la fábrica de sánguches de sopa “La Solidificada”.
Incapaz de hacer frente a la campaña de desprestigio articulada por las grandes multinacionales del embutido, a fines del año 1958 “La Solidificada” presenta quiebra. Apurado por su repentinamente precaria situación económica, ofrece a la editorial Kriskpisdsissiiirkkrs una segunda parte de la guía, exponiendo su intención de dar a luz una trilogía. La editorial accede de inmediato. Patricio Algarsuez se pone manos a la obra y en mayo de 1959 envía un primer manuscrito. Dos semanas después se comunica con él Rolando Kistircikcrrrik, el director editorial de Kriskpisdsissiiirkkrs, para indicarle que le interesa el libro, aunque considera que no debe ir en el catalogo de guías de viajes: esa guía es, sin duda, una de las mejores novelas rusas del siglo XIX. Patricio accede, aunque no ve dinero por la obra, ya que por su antigüedad se la considera de dominio público. Su novela, “Sopa y pan”, es un inmediato éxito de crítica en los países del bloque comunista. El nombre Patrovich Algarsovich irrumpe en los cafés literarios y en las universidades soviéticas.
Patricio Algarsuez muere el 17 de marzo de 1963, sumido en la más absoluta pobreza, en un confuso y nunca dilucidado accidente literario.
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La desazón del antisistema

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Cuando el okupa idealista comprendió que los márgenes están dentro y no fuera de aquello que delimitan, se sentó a llorar.
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Dependencias

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Les explicó una y otra vez que vivía al margen de su visión del mundo, que sus normas le resultaban absurdas y sus valores anticuados. Que repudiaba su dependencia del discurso dominante. Que nada necesitaba de ellos.
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Suicida II

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Justo antes de estrellarse contra el suelo, durante apenas un segundo, su vida completa se proyectó frente a sus ojos. Y él se aburrió muchísimo.
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Consensos

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.....Basta con que el parlamento promulgue una ley para que de inmediato se cumpla. Que florezca el desierto, que de los ríos brote leche, o de las piedras, ríos. El único límite es su imaginación. Así funciona el poder en aquella isla en la que nunca le han dado la espalda a su ancestral cultura de chamanes y magos. Basta apenas eso, y el acuerdo unánime de los parlamentarios, fieles representantes del pueblo.
.....Hace cien años que se constituyó aquel orden. Hace cien años que se presentaron las primeras cien propuestas.
.....Aún se están discutiendo. 
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Durañona: del suruflo, de su elaboración y aplicaciones

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El suruflo, conocido también como oro comestible, se obtiene a partir de la fermentación de la leche de faragote junto con su propia materia fecal. Para estos fines, se utilizan barricas de cobre untadas con grasa de faragote macho, anciano y virgen. La grasa acelera el proceso: gracias a ella, el período de fermentación se reduce varias decenas de veces, llegando a ser de apenas un año. Lo complejo de la milenaria receta, y el hecho de que el faragote, un dromedario de pelo ensortijado, ojos saltones y joroba invertida, habite sólo en las estepas durañenses, vuelve al suruflo un producto caro. Suele encontrarse en el mercado en gran variedad de formas: en polvo, en crema, en gel, en barra y como suruflo líquido o granulado. Si bien es un alimento rico en vitaminas, proteínas, hierro, grasas libres de colesterol, azucares y calcio, también se utiliza para barnizar puertas, aceitar bisagras y como lubricante de preservativos. Desde que hace pocos años un laboratorio patentó un combustible a base de suruflo, la industria automotriz ha mostrado un creciente interés en sus posibilidades energéticas. Los gobernantes, convencidos de que la deficiencia alimentaria de dos tercios de la población no es consecuencia de la ajustada producción de alimentos, sino de la inequitativa distribución de la riqueza, incentivan el desarrollo del suruflobustible. Aseguran que así se dinamizará la economía, aumentará la riqueza, se generarán puestos de trabajo. Este impulso redistributivo impactará en las tres clases más bajas, hambreadas por la dura situación económica, iniciando un círculo virtuoso de producción, empleo y consumo. Hoy en día, el cuarenta por ciento del suruflo que se produce en Durañona se utiliza para la elaboración de suruflobustible.
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Pulga conversa

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Y tras mucho errar, anidó al fin en un pastor evangelista.
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Me gustas cuando roncas

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Me gustas cuando roncas porque estás tan presente,
y te oigo desde cerca, y tu aliento me sopla.
Parece que tu nariz se estuviera volando
y parece que un ciclón te vibrara en la boca.

Durañona: sobre su democracia representativa

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En Durañona, la clase política sabe que la mejor manera de ganar una elección es produciendo un fuerte impacto en el electorado. Así, los
candidatos han ido exagerando, poco a poco, sus rasgos característicos. Tanto que un día llegaron a parecerse más a quienes los imitaban que a ellos mismos. Las encuestas ratificaron el éxito del recurso. Así fue como hace ya varios años, los integrantes del partido de los políticos de ojos azules, por entonces en la oposición, decidieron candidatear a los cómicos imitadores en lugar de a los políticos imitados. Ganaron la elección con amplio margen, y la estrategia fue copiada de inmediato por el partido de los políticos de ojos negros.
A partir de entonces, los políticos reales viven encerrados en lujosos barrios privados, desde donde cobran derechos de autor por ser la inspiración de los imitadores, y los imitadores gobiernan el país con sus políticas de risa. Siguen prometiendo la redistribución de la riqueza, la pulverización del desempleo, el aumento para los jubilados y la creación de un Ministerio del suruflo, desde donde se trabajaría infatigablemente por garantizar el acceso de todos los habitantes al preciado bien. Los ciudadanos ven por la tele a los imitadores de los imitadores, festejan sus ocurrencias, las comentan en el trabajo y en las universidades, y los imitadores en el poder empiezan a fantasear con una vida cómoda en alguna mansión tranquila.
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Naufragios literarios

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Nunca explicó que explicar una obra significaba un fracaso. Aceptó una entrevista tras otra, apretó fuerte las muelas y se resignó.
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Charlas entre el padre de Dios padre y la madre que lo parió

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–¡Vos tenés la culpa! ¿A quién se le ocurre regalarle un universo? ¡Y encima darle ese poder omnímodo! ¡Tenía que crecer sin límites, decías! ¡Tenía que aprender a administrar sus propios universos, decías! Ay, a ver si el señorito le crecía acomplejado. Para que sepas, yo no tuve mi primer universo hasta que no aprendí a manejarme como rey y como presidente de gobierno. Recién ahí me regalaron una multinacional y hasta que no pulí mi criterio no me compraron un planeta.
–Estás exagerando, Rodolfo. Siempre fuiste un exagerado.
–¡Exagerando! ¿Vos viste cómo se divierte tu hijo?
–Bueno, es chico todavía. Ya va a aprender.
–Ya va a aprender, ya va a aprender. Dale, dale, vos seguí malcriando al mocoso.
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Tapando dudas

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–Entiéndame, doctor. Las veo con tanto frío, pobrecitas.
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Escenarios

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Según los médicos, economistas y sociólogos de la ONU, resulta complejo vaticinar el impacto que la gripe porcina (H1N1) tendrá en la población del planeta Tierra. Parte de su trabajo se centra en imaginar escenarios posibles para así proponer a los gobiernos del mundo las medidas preventivas adecuadas. Por supuesto, los escenarios varían en su gravedad: van desde una epidemia devastadora hasta una gripe inocua. Para graficar esta amplitud, abajo se detallan los escenarios extremos.

Escenario pesimista: La gripe muta, se vuelve letal, apenas si es combatida con dosis quíntuples de Tamiflu. El stock de Tamiflu resulta insuficiente. Mueren cientos de millones de personas. Inestabilidad social. Ante la incertidumbre, se fugan los capitales en masa del sistema productivo al oro y al Tamiflu. Se incrementa exponencialmente la brecha entre ricos y pobres. El sistema capitalista colapsa. Surge una nueva sociedad neofeudal con un estado represivo cuyas fuerzas policiales responden incondicionalmente a las clases sociales que tomaron el poder en busca de mantener el orden y los valores repentinamente en crisis.

Escenario optimista: Lo mismo de arriba. Pero usted tiene acciones de Roche.
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