Diálogos y anécdotas de Durañona: sobre sus puertas dimensionales

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–¿Otra vez lo mismo? ¿Vos te fijaste la hora que es?
–No me hablés, mirá… Vengo con una bronca. Salgo del laburo a las siete, como siempre, bajo por la Calle del Desconcierto hasta agarrar la Avenida de la Sagrada Incubación, y no va que veo el autobús que se está yendo. Empiezo a correr como loco y aparezco en Congresales, ahí donde se junta con Fileteadores de suruflo en barra, en el barrio de Pocas pulgas... Ahí, donde está la parrillita esa que íbamos antes de casarnos, ¿te acordás? ¿Esa que hacían las mollejitas tan ricas? Esa, esa, la del vacío que se deshace como una manteca y la morcilla vasca con pasas sultanas... Vos vieras qué linda la pusieron, con una ambientación campestre que está muy bien, y sigue siendo barata. Pero escuchá lo peor: ¿me podés creer que ahí nomás, a media cuadra, desembocaba otra de estas puertas de mierda? ¡Venía de la plaza del Congreso! ¿Viste que hoy había una manifestación de jubilados? Bueno, aparecieron todos ahí. Una cantidad de viejos que no te puedo explicar. Y todos viniendo de contramano. Un desastre. Los autobuses salían a reventar.
–¡Qué horror! Por eso te digo siempre que te compres el mapa del día, pero vos nunca me hacés caso... ¿Querés que te caliente la comida?
–Eh… no, no te hagás problema, si con el disgusto no vieras cómo se me cerró el apetito…
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