Durañona: sobre sus mapas, sus nortes y sus sures

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Los cartógrafos de Durañona, lejos de aceptar la inutilidad de sus mapas, insisten en señalizar con puntos rojos (o a veces azules) las puertas dimensionales que abundan en sus grandes centros urbanos. Estas puertas son invisibles, insonoras e inodoras: al cruzarlas, trasladan al peatón a un sitio lejano, aunque siempre dentro de la misma urbe. El peatón sin mapa descubre tarde la presencia de una puerta, ya que pueden atravesarse en un solo sentido. Teniendo en cuenta lo precario del trasporte público, verse teletrasportado a un punto distante, en gran número de ocasiones, significa un incordio. Cualquiera sabe que las puertas dimensionales no permanecen en un mismo lugar más de dos, o a lo sumo tres días, aunque se acepta el hecho de que siempre hay, en cada ciudad, el mismo número de puertas. La escasez de cartógrafos hace imposible un barrido sistemático y periódico de las ciudades: ellos transitan las calles eligiendo rutas al azar, anotando la ubicación de las puertas con que se cruzan. Por eso, los mapas se imprimen a diario y un mapa de ayer se considera obsoleto. Se venden en quioscos de metal ubicados en las esquinas más concurridas de los diferentes barrios. Algunos quiosqueros, cada mañana, reparten entre sus vecinos el mapa del día, y rara vez un durañonense sale a la calle sin él: la posibilidad de volver a casa horas después de lo previsto los aterra. Pocos reconocen que la precisión con que los cartógrafos describen los rincones de la ciudad afectados por estas puertas es limitada, para no aceptar que prácticamente nula. Como contrapartida, no es raro que un durañonense sepa entender los retrasos de sus conciudadanos, ni que carezca de excusas a la hora de explicarle a su pareja porqué no llegó a tiempo para la cena.
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