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En cinco minutos se me acaba la batería y tengo que mandar este correo, le dijo él, un poco harto de su incomprensión. Ella le recriminó que había estado cocinando durante horas. Él le explicó, con la mirada clavada en el portátil, que urgía cerrar el presupuesto cuanto antes para no perder la licitación. El cargador lo había dejado en la oficina, pero si se apuraba llegaría: si apenas le faltaba redondear dos chorradas y era cosa de nada. Ella refunfuñó, se quejó de que siempre pasaba lo mismo, ella cocinaba para él y él pasaba de ella y de todo: vivía para su trabajo. Sin levantar la vista de la pantalla ni los dedos del teclado, él soltó un bufido ambiguo. Entiéndeme, me quedan tres minutos, le insistió, y sonrió pensando en la cara de satisfacción que pondría su jefe al ver el presupuesto y el informe adjunto, a primera hora, en la bandeja de entrada de su correo. Ella se dejó caer en la silla: los ojos inundados por la bronca y la tristeza le empañaban el paisaje árido de su marido frente al ordenador.
Un minuto me queda, dijo él. Apenas le dio a “enviar”, levantó la vista satisfecho. Pocos segundos después, de su cara se borró toda expresión, sus ojos se pusieron blancos, de entre sus labios salió un pitido corto y agudo, y se desplomó sobre la mesa.
En cinco minutos se me acaba la batería y tengo que mandar este correo, le dijo él, un poco harto de su incomprensión. Ella le recriminó que había estado cocinando durante horas. Él le explicó, con la mirada clavada en el portátil, que urgía cerrar el presupuesto cuanto antes para no perder la licitación. El cargador lo había dejado en la oficina, pero si se apuraba llegaría: si apenas le faltaba redondear dos chorradas y era cosa de nada. Ella refunfuñó, se quejó de que siempre pasaba lo mismo, ella cocinaba para él y él pasaba de ella y de todo: vivía para su trabajo. Sin levantar la vista de la pantalla ni los dedos del teclado, él soltó un bufido ambiguo. Entiéndeme, me quedan tres minutos, le insistió, y sonrió pensando en la cara de satisfacción que pondría su jefe al ver el presupuesto y el informe adjunto, a primera hora, en la bandeja de entrada de su correo. Ella se dejó caer en la silla: los ojos inundados por la bronca y la tristeza le empañaban el paisaje árido de su marido frente al ordenador.
Un minuto me queda, dijo él. Apenas le dio a “enviar”, levantó la vista satisfecho. Pocos segundos después, de su cara se borró toda expresión, sus ojos se pusieron blancos, de entre sus labios salió un pitido corto y agudo, y se desplomó sobre la mesa.
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2 comentarios:
Lo que más me gusta es ---------
MUSA SIN BATERÍA
Hola Santi! Pero seamos sinceros: con que plata compro la mujer los ingredientes de la comida... con la plata que le dio el marido gracias a los presupuestos presntados en tiempo y forma!!!
Es una joda. A esta hora se me anula el artefacto de "suspension de la incredulidad". Me encantan los textos de la morsa!!!
Abrazo, Salvador
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