Idas y vueltas

.
En su trayecto al trabajo o en su vuelta a casa, él jamás pagaba su boleto de tren. Y no por mezquino ni pobre: por ideología. Antes que a la concesionaria que había ganado la licitación gracias a sus malas artes, prefería dar esa moneda a la pobre señora que, a diario, se cruzaba cerca de las boleterías.
La misma señora que, por su aspecto desvalido, los guardas dejaban pasar sin picarle el boleto.
La misma señora que, por convicción e ideología, nunca pedía ni un centavo más del que de verdad necesitaba para pagar su boleto de tren.

.

2 comentarios:

Tomás Duhalde dijo...

Eso pudo haber pasado en la estación de Banfield y en otras dos estaciones de tren del mundo.

german dijo...

lindo, che.