Otra historia de amor

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Cruzaron sus miradas una tarde de agosto en la Barceloneta: pasó de inmediato lo que pasa en los relatitos estos en los que un hombre y una mujer cruzan una mirada una tarde de agosto en la Barceloneta. Las dos semanas siguientes, lo típico: sexo y ternura a paladas. Y también absurdas palabras dulces: él era húngaro, ella de Soria. Hablaban apenas su idioma y, todo hay que decirlo, bastante mal. Pero sus cuerpos se comunicaban con un lenguaje compuesto por besos babosos, caricias a veces torpes y varios firuletes no exentos de algún que otro calambre. Es que se trataba de un amor verdadero, este. Poco literario, aunque apasionado. Vivían una experiencia romántica y vertiginosa, pensaban. Claro que él lo pensaba en húngaro y ella en castellano.
Casi que se casaron y casi que tuvieron hijos y casi que envejecieron viendo crecer a sus nietos traviesos. Sin embargo, se les interpuso el inglés, ese puente universal que une a los pueblos lejanos. Porque juntos se anotaron en una sucursal medio berreta de la Cambridge. A los seis meses se empezaban a entender.
Para qué contar las primeras discusiones, y ni hablemos de las últimas.
Es mejor quedarse con la imagen de los besos babosos, las caricias a veces torpes y los firuletes no exentos de algún que otro calambre.
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